
En México, el corrido ha sido una de las formas más potentes de narración popular, desde nuestro mito fundacional como nación en el siglo XIX, los corridos contaron gestas revolucionarias, denuncias sociales y crónicas del pueblo llano, sin embargo, con el paso del tiempo y ante la transformación del contexto social, surgió una variante: el narcocorrido. Este subgénero, que mezcla estructuras tradicionales con historias ligadas al narcotráfico, ha generado polémica, especialmente en el último lustro.
La reciente polémica alrededor del grupo Los Alegres del Barranco en el Auditorio Telmex de Guadalajara volvió a encender la discusión. Durante el polémico show, se proyectaron imágenes de Nemesio Oseguera Cervantes, alias “El Mencho”, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), mientras interpretaban el tema "El del Palenque", canción que muchos han interpretado como apología directa del capo. La reacción fue inmediata por la magnitud del golpe mediático. Los videos rápidamente circularon en redes, desatando reacciones polarizadas, para variar, por un lado, quienes exigían sanciones ejemplares; por el otro, defensores de la libertad artística, y la oposición, temían una “escalada de la censura”
Para muchos, este tipo de canciones son un testimonio del poder de organizaciones criminales en distintos territorios, pero para otros, era algo más peligroso, una plataforma que no solo informaba, sino glorificaba y legitimaba el crimen.
El problema no es la existencia de estas canciones en sí, sino su difusión masiva y sin filtros, especialmente en medios digitales, donde muchos jóvenes consumen contenido sin un marco crítico que les permita diferenciar ficción de realidad o relato de propaganda. En algunas zonas, los narcocorridos a veces no solo forman parte del entretenimiento, sino de la identidad aspiracional, donde portar armas, tener poder y desafiar a las autoridades se vuelve deseable.
Uno de los puntos más delicados en este debate es el conflicto entre libertad de expresión y apología del delito. La Constitución Mexicana protege la libertad de expresión, pero también establece que esta tiene límites, particularmente cuando se afecta el orden público o se hace apología del crimen. Es decir, la libertad no es absoluta, ya que de lo contrario es libertinaje.
La diferencia entre narrar una realidad violenta y exaltar a un criminal como héroe es sutil, pero crucial. Si un concierto se convierte en un espacio donde se enaltece al crimen, como ocurrió en Guadalajara, el arte se transforma en una herramienta peligrosa, no solo de validación, sino también de reclutamiento simbólico.
Prohibir ciertas canciones no resuelve el problema estructural, pero tampoco podemos permitir que ese discurso se normalice bajo el pretexto del arte o la defensa de una supuesta libertad de expresión.
En este punto es inevitable preguntarse: ¿qué papel juegan los artistas? No se trata de responsabilizar a quienes hacen música por todo lo que ocurre en el país, pero tampoco podemos seguir asumiendo que el arte es un terreno neutral. Al final, toda creación artística nace de una emoción, una intención o una postura humana, y aunque la obra puede abrirse a múltiples lecturas, no deja de portar un mensaje. No es lo que se dice, sino cómo se interpreta, por eso, más que exigir neutralidad al arte, algo que por naturaleza no le corresponde, quizá lo urgente sea formar miradas críticas capaces de leer entre líneas y comprender el impacto que estas expresiones tienen en nuestra realidad.
El corrido, en su versión más noble, ha sido un canto de resistencia y memoria. ¿Por qué no recuperar esa vocación crítica, esa fuerza transformadora? Hay historias que merecen ser contadas, y el público está listo para escucharlas.
El caso de Los Alegres del Barranco marca un punto de inflexión, no debería ser una polémica más, urge aprovechar esta coyuntura para debatir a fondo qué tipo de cultura queremos fomentar. La violencia no solo se combate con leyes o con reglamentos, también con narrativas.
Las canciones construyen imaginarios, los imaginarios moldean la realidad y en un país en donde este género lidera las listas de popularidad (tan solo basta asomarse a spotify en donde el 77% de la música que se escucha es un corrido), es urgente dar un golpe de timón en la narrativa que debemos seguir como nación
La libertad de expresión es un pilar fundamental de cualquier sociedad democrática, pero también lo es la responsabilidad ética y social de lo que se expresa.
Sígueme en twitter como @carlosavm_