Sitio de Puebla: ¿fue el 5 de Mayo una victoria inútil?

Sitio de Puebla: ¿fue el 5 de Mayo una victoria inútil?

Foto: Enfoque

La Batalla de Puebla es un símbolo de orgullo —y de presunción— para muchos mexicanos, tras la victoria de las fuerzas armadas lideradas por el general Ignacio Zaragoza contra el poderoso ejército francés, considerado entonces el mejor del mundo. Sin embargo, existe otro episodio crucial en la historia, pero poco destacado, de la Segunda Intervención Francesa en México: el sitio de Puebla de 1863, que ha sido opacado por la célebre victoria de 1862.

 

Tras la derrota francesa en la batalla del 5 de mayo, Napoleón III decidió establecer un imperio en México bajo el mando de Maximiliano de Habsburgo. En 1863, el general Élie Frédéric Forey llegó con un ejército francés de aproximadamente 35,000 hombres, mucho mejor equipado y preparado que en el enfrentamiento anterior, con el objetivo de tomar Puebla.

 

En la Angelópolis, las fuerzas mexicanas, lideradas por el general Jesús González Ortega, contaban con unos 29,000 soldados, pero se encontraban en franca desventaja, ya que disponían de poco armamento, escasas provisiones y poca cohesión. La muerte de Zaragoza, en septiembre de 1862, dejó al ejército republicano sin su carismático líder, y la situación interna de México, marcada por las secuelas de la Guerra de Reforma (1857-1861), dificultaba la organización de una defensa sólida.

 

 

El sitio de Puebla comenzó el 16 de marzo de 1863, cuando las fuerzas francesas rodearon la ciudad, cortando sus líneas de suministro para forzar una rendición por hambre y agotamiento. A diferencia de la batalla del 5 de mayo, que fue un enfrentamiento directo y rápido, el sitio fue una operación prolongada de desgaste que duró 62 días. Los franceses emplearon tácticas de asedio clásicas, como bombardeos constantes, bloqueo de suministros y ataques estratégicos.

 

Mientras tanto, en la ciudad, los defensores —incluidos soldados y civiles— mostraron una tenacidad extraordinaria, destacando la figura de Porfirio Díaz por su valentía. Sin embargo, las condiciones dentro de la ciudad se deterioraron rápidamente; la falta de alimentos llevó al consumo de animales de carga e incluso de hierbas, y las enfermedades comenzaron a propagarse.

 

A pesar de los esfuerzos, los mexicanos no recibieron refuerzos significativos del exterior, y la superioridad numérica provocó que el 17 de mayo de 1863, tras dos meses de asedio, González Ortega, enfrentado a la imposibilidad de continuar la defensa sin recursos, decidiera rendirse. Los soldados mexicanos fueron tomados prisioneros, y muchos, incluido Porfirio Díaz, fueron enviados hacia Veracruz, aunque logró escapar durante el traslado.

 

 

Ante estos hechos, surge el cuestionamiento sobre si lo que pasó el 5 de mayo sirvió de algo o solo es, como muchos dicen, un enfrentamiento sobrevalorado.

 

El triunfo del ejército mexicano tiene un significado que va más allá de su impacto militar inmediato. Aunque algunos la consideran sobrevalorada debido a su carácter temporal frente a la posterior ocupación francesa, su relevancia histórica y simbólica es innegable.

 

La victoria de un ejército mexicano, con unos 4,500 soldados mal equipados, contra unos 6,000 franceses —considerados la mejor fuerza militar de la época— fue un golpe de moral crucial. Y aunque no detuvo la intervención, la batalla retrasó el avance francés hacia la Ciudad de México, dando tiempo al presidente Benito Juárez para reorganizar la resistencia. Este respiro fue clave para mantener viva la causa republicana.

 

Además, la victoria resonó en América Latina como un ejemplo de resistencia al colonialismo europeo. En Estados Unidos, inmerso en su Guerra Civil, el triunfo mexicano fue visto como un freno a las ambiciones de Napoleón III, reforzando indirectamente la Doctrina Monroe.

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