La Niña, monzón y ciclón, combinación perfecta para un desastre pluvial

La Niña, monzón y ciclón, combinación perfecta para un desastre pluvial

Foto: Enfoque

Las fuertes lluvias que cayeron este miércoles en la capital poblana y su zona metropolitana causaron daños materiales, como la caída de espectaculares, árboles derribados y la inundación de varias vialidades.

 

La temporada de lluvias este año ha mostrado un comportamiento notablemente intenso en comparación con años anteriores, influenciada por diversos factores climáticos como el fenómeno de La Niña, el monzón mexicano y una importante actividad ciclónica.

 

Según la climatología de 1981-2010, septiembre es el mes más lluvioso en Puebla, con un promedio de 266.9 mm de precipitación. Sin embargo, en 2025, se han registrado eventos de lluvias puntuales extraordinarias, superiores a 150 mm en 24 horas, como la de este miércoles, superando los promedios históricos en algunas áreas.

 

La UNAM y el Servicio Meteorológico Nacional han dicho que las lluvias de este año han sido más frecuentes e intensas en el centro de México, incluyendo Puebla, debido a la alta temperatura del Golfo de México y el Caribe, que aumenta el vapor de agua en la atmósfera. Esto contrasta con 2024, cuando la canícula redujo las precipitaciones en julio.

 

Y aunque en algunos periodos de este año las lluvias estuvieron un 21 % por debajo del promedio nacional debido a la canícula, en agosto y septiembre se reportaron acumulaciones importantes, especialmente en el centro del país, donde Puebla ha registrado lluvias por encima de lo normal.

 

Sin embargo, la realidad es que el exceso de agua derivado de las lluvias intensas tiene un impacto dual, con consecuencias tanto positivas como negativas.

 

Entre los impactos positivos, destaca la recarga de acuíferos y presas, puesto que las lluvias intensas han contribuido significativamente a la recuperación de cuerpos de agua, lo que es crucial para el abastecimiento de agua potable y el riego agrícola.

 

Las precipitaciones abundantes favorecen también los cultivos de temporal en regiones agrícolas, como la Sierra Norte y el Valle de Tehuacán, siempre que no se conviertan en inundaciones que dañan las cosechas. Esto mejora la seguridad alimentaria y la economía local. Además, las lluvias intensas ayudan a contrarrestar los efectos de periodos secos, como la canícula de julio, que redujo las precipitaciones en algunas zonas.

 

En contraparte, entre los impactos negativos del exceso de agua sobresalen las inundaciones urbanas, las cuales se agravan por la acumulación de basura, el vertido de desechos en drenajes y la expansión urbana descontrolada, que impiden la infiltración del agua.

 

Las lluvias torrenciales incrementan el riesgo de deslaves en laderas y barrancas, así como el desbordamiento de ríos y arroyos. Asimismo, la acumulación de agua estancada, combinada con altas temperaturas y humedad, favorece la proliferación de enfermedades como dengue, gastroenteritis, diarrea, dermatitis e infecciones respiratorias, especialmente en niños y adultos mayores.

 

 

 

Y, por supuesto, las inundaciones y el caos vial dificultan los desplazamientos, afectando el comercio y generando pérdidas económicas para negocios y trabajadores que dependen de la movilidad diaria.

 

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